jueves, 10 de noviembre de 2011

EXCESO DE INTIMIDAD





El otro día hablando con una amiga, estuvimos comentado algunas situaciones molestas que se dan en las parejas cuando el tiempo empieza a hacer mella en la relación.
Y es que , a parte de consolidar los sentimientos, el tiempo no pasa en balde para nadie.
Al principio cuando dos personas se gustan y empiezan a salir o vivir juntas todo es maravilloso. Nos sentimos pletóricos, enamorados, entusiasmados y mostramos lo mejor de nosotros ocultando a toda costa nuestros defectos para no estropear la magia del momento ni ahuyentar a la persona con la que hemos decidido compartir nuestras vidas.
El respeto es el ingrediente principal, sumado a nuestro afán de agradar al otro, lo que da lugar a una admiración mutua que hace crecer el deseo de continuar hacia adelante.

Pero llega un momento, que la situación cambia.
Cuando estamos seguros de que esa persona nos quiere de verdad, ya no necesitamos mostrarnos tan complacientes y empiezan a surgir los roces derivados de lo que yo llamo
 "Un exceso de intimidad"

Es curioso que si nos paramos a pensar y reflexionar un momento, somos capaces de darnos cuenta que tratamos mejor a un desconocido, un amigo o amiga, que a la persona que vive con nosotros en la misma casa.
Aunque en este artículo me refiero a la pareja, es extensible a una madre, un padre, abuela, tía, hermano, hermana... la persona o personas que comparten con nosotros el mismo techo.

Pero volvamos a la pareja
Una vez nuestra relación esta asegurada, mas o menos, nos vamos soltando la coleta.
Ya no somos tan pacientes ni simpáticos, como antes. Las cosas que nos molestan, y que antes dejábamos pasar, ahora se nos antojan un mundo y no reprimimos nuestro disgusto ante ellas. Dejamos de ser tolerantes
Creemos que nuestra pareja, debe estar contenta siempre para nosotros y que tendría que acompañarnos y apoyarnos en todo lo que hacemos. Ya que nos hemos entregado a ella y ella a nosotros
Se va traspasando poco a poco una delgada línea fronteriza que separa nuestra individualidad de la de la otra persona, y empezamos a invadir el espacio íntimo del otro. Ese que nos permite ser libres y actuar conforme a nuestra verdadera manera de ser.
Al hacerlo no sólo estamos esclavizando a la otra persona sino que estamos convirtiéndonos también nosotros en su esclavo.

Para que una relación funcione debemos respetar el espacio vital de la otra persona.
Debemos aprender a tratarla como si de un desconocido se tratara pero con la complicidad del enamorado que rinde su corazón a la persona amada.

No debemos dar nada por sentado, ni crear obligaciones entre los dos. La libertad que tiene que ser mutua, ha de estar presente en cada momento. La fidelidad no tiene nada que ver con la esclavitud y ser fiel depende en gran medida del grado de libertad que la relación proporcione.
Fidelidad hacia uno mismo y hacía el otro, en toda su dimensión humana.
Para ser fiel a otra persona se ha de empezar por ser fiel a uno mismo.

La intimidad es un espacio reservado que sólo se debe compartir desde la libertad de hacer en cada momento lo que nos hace de verdad felices. Si por el deseo de agradar a otra persona dejamos de hacer cosas que son importantes para nosotros, al final nos pasara factura, y la relación se estancará.
El deseo de agradar, debe ir acompañado de un sentimiento de felicidad absoluta. Hagamos lo que hagamos, siempre y cuando se haga en armonía con los demás y el universo, tiene que resultar  gratificante.
Y si resulta agradable también para los demás aún mejor.

La felicidad llega de dentro y va hacía afuera. No se puede hacer feliz al otro si por dentro estamos mal.
Tampoco es justo esperar que los demás nos hagan felices, es una carga demasiado pesada.
La verdadera felicidad es un estado interior, no depende de las personas que nos rodean ni de las cosas que ocurren a nuestro alrededor, depende de uno mismo.






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